Herencia

Cuando formamos nuestro hogar, sea con uno mismo o con una pareja, teniendo hijos o no, algo que he observado que es muy importante es que tenga uno sus propias cosas.

Llega a pasar que crece uno en una casa – que parece museo – donde este mueble era de la tía abuela y esos otros de los bisabuelos paternos, y al formar nuestro hogar o cuando la(s) persona(s) ya no está(n), nos llevamos algunas cosas. Y puede ser que se haya hecho uno de muchas cosas.

Como que hay un cariño, una nostalgia de alguien que ya no está. Pero estos objetos, si son demasiados, nos transportan constantemente al pasado. Cada vez que se pone uno a alzar, decide uno seguir teniéndolos, independientemente si el objeto nos gusta o no.

En algún momento de mi vida me tocó vender muebles que le pertenecieron a mis papás y abuelos. Una persona muy sabia dijo lo siguiente: “está dejando ir a sus papás, no por eso los va a olvidar”.

Sí, hay cosas que quiere uno guardar, como quizá una carta, un dije, un cuadro, también un mueble, pero opino que esos objetos no deben ser más que los dedos de las dos manos. Los objetos pueden ser anclas emocionales – buenas o malas – que nos pueden mantener viviendo en el pasado en vez de estar presentes en el momento.

La herencia no es solamente tener cosas de las personas que ya no están con nosotros, sino lo que nos dejaron en forma intangible: aventuras y cuentos contados, ideas, abrazos, su esencia, su calor humano, su contraste, sus retos, …

Nos toca crear nuestra propia historia, honrando a quien ya se fue, pero también honrando nuestra vida estando en el presente, con los dos pies bien puestos sobre la tierra, y buscando nuestras aventuras (que pueden ser experiencias buenas o malas, a veces de las últimas es de las que más se aprende).

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